Habitación de Catherine L. Vickers

Sospecho que he tocado tema delicado, pero no puedo saberlo. El tono borde es el habitual de Cath.

- ¿Una caída? - Aventuro con aparente desinterés.

- ¿Golpe? - Repito.

Me quedo mirándola por si quiere explicarse.

Me siento también a su lado y me paso una mano por el pelo, pensativo.

- ¿Tan malo sería? - Pregunto al final. - Igual si se lo cuentas a alguien... te sientes mejor. - Propongo.

Me muerdo el labio inferior pensativo. Nadie sabe lo de Sarah excepto mi familia, y siempre he pensado que si no hablaba de ello el dolor se reduciría hasta desaparecer... pero en realidad no ha disminuido un ápice.
Asiento finalmente.

- Bueno.

La miro empezando a comprender.

- Él... ¿te pegaba? ¿Te hizo esa marca? - Mi voz sale más furiosa de lo que pretendo.

¿Qué quiere decir con sólo eso?

- Cath, ¿es que él... abusaba de ti? - La miro serio.

Luego me acerco un poco más a ella y la abrazo con cuidado y algo de torpeza. No sé muy bien cómo actuar después de tanto tiempo sin abrazar a nadie, pero me las arreglo para darle palmaditas en la espalda.

Qué grandísimo hijo de...

- ¿Todavía vive? - Pregunto tratando de controlar mis nervios. - ¿Ese cabrón está libre por ahí? ¿Está... con tu madre?

- Entiendo. - Murmuro.

No parece que rechace mi abrazo, así que me quedo como estoy mientras espero a que se calme un poco. Aunque creo que hay que denunciar a ese impresentable no me parece lo más adecuado decírselo ahora.

Y ahora llega mi momento estelar. Noto como el pánico sube por mi columna vertebral para instalarse en mi nuca como una molesta sensación de frío.

- Yo... yo estoy... yo soy... - Carraspeo un poco. - Soy viudo.

Sonreí por acto reflejo, aunque era una sonrisa triste.

- Sí, viudo. - Continué. Ella había sido sincera. - Conocía a Sarah de toda la vida, todo el mundo en el pueblo sabía que acabaríamos juntos. De niños éramos inseparables y empezamos a salir a los doce años. A los dieciocho le detectaron una enfermedad... me casé con ella aunque sabía que no... bueno, ahora ella ya no está.

No tengo lágrimas porque estoy seco desde el funeral. Me quedo mirando al vacío por encima del pelo de Cath.

Tengo el sueño muy ligero, así que en cuanto Cath se da media vuelta abro los ojos y miro a mi alrededor sin moverme. Me lleva un rato recordar dónde estoy y lo que pasó anoche.

- ¿Qué... qué hora es? - Pregunto a la espalda de Cath.

Pasan de las cinco... Carol debe estar buscándome debajo de las piedras, y esa idea me hace sonreír.

- Sí, pero no importa. Ya no tengo sueño. Hacía tiempo que no dormía tan bien.